Armando Yera nunca logró que sus grandes músculos fueran tomados en serio por las autoridades comunistas. Aun así, hoy es el responsable de los cambios más drásticos de los que se habla en La Habana.
De ojos claros y estatura media, Yera no es político ni guía espiritual, sino el fisiculturista a quien cada vez acuden más los cubanos en busca de transformaciones.
Gracias a él, Lídisy de la Rosa ya ni se reconoce en fotos viejas. De 31 años, esta comerciante privada perdió los 43 kilos de más que la obligaban a usar holgadas batas y le impedían quedar en embarazo.
Y Sian Chiong, de 21 años, le atribuye al fisiculturista de La Habana parte de su éxito entre las adolescentes que desmayan con sus brazos y abdomen tonificados.
El público cubano "se ha convertido en un consumidor de imagen y música al mismo tiempo", justifica Chiong, líder de la banda de pop Ángeles.
Tanto él como de la Rosa van al gimnasio que tiene Yera, un lugar para "sentirse y lucir bien". Nada extraordinario de no ser porque por años el cultivo de la imagen fue despreciado socialmente en Cuba por su origen "burgués".
De hecho, ser propietario, y más de un gimnasio en un país donde el Estado acepta, de a poco, la propiedad privada y la inversión extranjera, resulta novedoso.
"Es la moda de lucir bien que ha llegado un poco tarde aquí, producto de que nunca te dejaron ver la realidad de lo que es el trabajo en gimnasio. Y también de la negación del fisiculturismo", sostiene Yera.
Músculos sospechosos
Su gimnasio de dos plantas y con espejos en las paredes está en Centro Habana. A la entrada hay un cartel con fotos del antes y después de sus clientes, y dentro, otro aviso a todo color con la sugestiva frase "esto aumentará tu oportunidad de ser exitoso".
"Ahora a trabajar brazos", dice uno de los tres entrenadores del lugar y dirige la mirada hacia un banco de musculación con la cubierta roída y una polea enmendada con ingenio.
A simple vista los gimnasios se han multiplicado en La Habana. Hasta 2010 había 18 estatales - en condiciones "deplorables" según Yera -, y la prensa oficial calculaba que otros 82 funcionaban sin licencia.
No hay datos actualizados, pero Yera ilustra la tendencia al alza: de 20 clientes que tenía cuando arrancó su negocio hace 16 años, pasó a tener 80, quienes en su mayoría pagan al mes 30 dólares (más que los 25 dólares de ingreso mensual promedio en la isla).
Yera, un exfuncionario aduanero de 56 años, transformó su cuerpo en músculos y más músculos, y lo hizo con equipos rudimentarios y sorteando problemas para cumplir con una dieta rica en proteínas. Antes de retirarse ganó cuatro campeonatos que las autoridades no reconocen oficialmente. En Cuba el fisiculturismo no está prohibido, pero tampoco patrocinado.
"Muchas veces trataron de presionar a los directores de los teatros para que no hicieran" allí los torneos, recuerda.
Detrás de esa resistencia - asegura - está el prejuicio que vincula el fisiculturismo con los esteroides y el narcisismo.
Pero fueron los medios estatales los que paradójicamente le dieron el impulso a su negocio. Invitado a un programa de televisión para hablar de salud, Yera se presentó con una de las mujeres que ayudó a "transformar", y con la foto del "antes y después".
Al poco tiempo empezó a ver a una clientela de famosos que querían lucir bien. Hoy - remarca Yera - "entreno a la mayoría de conductores de los programas de TV. Ellos mismos están bajo presión de estar en forma".
Incluso ahora divulga sus consejos a través de los medios que controla el Estado, el mismo que despreció sus músculos.
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